Ha llegado la era de los cajeros sin personal, de la banca on line, donde usted hace de personal del banco y ahora, la pachanga de la Supercopa de España, donde usted mismo coge su medalla.
La final de la Supercopa de España disputada en Mérida celebrada este fin de semana ha tenido
una gran repercusión en los medios de comunicación, pero por un motivo diferente al previsto
y es que al final no era una final, no era una Supercopa, ¡era una pachanga!
Sí, a pesar del nutrido grupo de autoridades de todo tipo y de la presencia del Presidente de la
RFEF y del Seleccionador Nacional, al final del encuentro las jugadoras no tuvieron una entrega
de medallas a la altura de lo que representa un encuentro deportivo del nivel del que se trataba,
así que se fueron hasta unas cajas colocadas en unas mesas de playa y las sacaron para
ponérselas unas a otras. Tal cual.
Desde que esas imágenes de la vergüenza se han hecho virales, todas las tintas se han cargado
contra los organizadores, los responsables y, en general, contra todos los pachangueros que se
esfuerzan en hacerle al juego del futbol femenino todas las faltas posibles para impedir que se
desarrolle limpiamente. Un equipo directivo de rufianes.
Sin embargo, sin querer quitar un ápice de responsabilidad a quienes perpetraron esta falta de
respeto a las campeonas, subcampeonas y a todas las futbolistas españolas, sería bueno poner
el foco también en la actitud de las protagonistas, quienes aceptaron tal situación sin el más
mínimo gesto de protesta, pareciendo así darle normalidad a un hecho que carece de ella, pero
que es revelador de las circunstancias de menosprecio que viven diariamente las jugadoras en
su federación. Cuando nos cansaremos de no ser tratadas como profesionales que somos.
Porque si quienes dirigen el futbol femenino quieren ser pachangueros, eso no significa que las
jugadoras también deban serlo, ni que lo acepten. Si al futbol femenino no se le respeta por
parte de quienes tienen la responsabilidad de su desarrollo y mejora, las jugadoras deben exigir
inequívocamente ese respeto. Porque son profesionales. Y deberían creer en ellas como profesionales.
Pero además, esto es un juego que va más allá del campo y de las medallas. En estos momentos
se está renegociando un convenio que fija actualmente como salario 16000 €, y que la patronal
pretende elevarlo a 17000€, a pesar de que los cálculos efectuados por FUTPRO en base a los
números reales del futbol femenino llegan al resultado de 50.000€ anuales. Teniendo en cuenta los dineros ministeriales que se reparten a través de CSD y de los derechos audiovisuales. Patrocinios aparte, para llegar a cerrar acuerdos, hay que ponerse serias. Igual que lo hicieron antes las árbitras, en una huelga de arranque de temporada, que les dio una necesaria cifra de 25.000 anuales. Porque si ellas no arbitraban, sus homólogos masculinos iban a cobrar más por partido.
Ahora las árbitras ganan más que la jugadoras y los señores del palco todavía más. Mucha tarta para repartir y resulta que quienes son las protagonistas de este magnífico deporte y mejor negocio (para algunos) son el peldaño más bajo de este montaje, cuando su puesto debe estar a la cabeza, recogiendo las medallas en un palco, de la mano de las autoridades competentes y con una remuneración decente, acorde a su desempeño como jugadoras profesionales que son. Además de la misma puesta en escena de las supercopas masculinas. Eso son los mismos recursos. Y eso es lo que promueven las leyes. Aunque algunos se empeñen en incumplirlas sistemáticamente.
A pesar de ello, las futbolistas parecen seguir pensando si ponerse en huelga o no. Como si
todavía existiera alguna duda sobre la oportunidad de hacerla. Les falta a las jugadoras darse
cuenta que el futbol también se juega en los despachos, donde también tienen que regatear y
meter goles porque si no lo hacen ellas, nadie lo hará